Es un hecho, desde Eva hasta nuestros días, las mujeres hemos sido en este planeta, objeto de admiración, deseo, cuestionamientos, delitos y por que no decirlo, objeto de peleas y guerras.
Muy sabiamente canta Ricardo, “no se quién las inventó”, y si me preguntan eso a mí (y me lo han preguntado cada vez que mis hormonas me juegan en contra) debo reconocer que no tengo idea, sólo sé que estamos vivas porque sin nosotras el planeta no sería el mismo.
Imposible resulta no mirar hacia atrás y ver con asombro lo que las mujeres hemos logrado en estos miles de millones de años. ¿Sabían que ya desde la antigua Grecia una mujer inicio una huelga sexual para pedir el fin de la guerra? Y que decir de las miles de chilenas que lucharon incansablemente hasta lograr el ansiado sufragio universal. Obviamente y con el afán de no ser latera, me salté años de historia, sólo para darme el gusto de llegar a los últimos años en que con gusto he visto asumir la presidencia de la república a mujeres inteligentes como nuestra Gordi, Michelle Bachelet.
Luego de la cuota histórica, centrémonos en la mujer, tan simplemente en ella. Quiero que desde ya convengamos que no existe mujer fea (ni menos piscolas suaves como se empeñan en decir los hombres), sino mujeres con más o menos talento de hacer notar sus atributos. Pero la belleza femenina no va sólo en un buen cuerpo, unas lolas impresionantes o un trasero de antología, también va en la inteligencia, la simpatía y el talento de demostrar que somos quienes hacemos más bello y mejor este mundo.
Increíblemente, recuerdo con cariño cuando era adolescente y pasaba mi etapa de patito feo, para mi edad era larga y flacuchenta. “cuello de jirafa”, “oliva oil”, “esqueleto”, fueron sobrenombres que me atormentaban, hasta que un día mi papá dijo sabiamente “lo que tiene de fea como dicen uds., lo tiene de inteligente y simpática”. Nunca más deje que alguien me hiciera sentir fea.
A lo largo de mis años de juventud ¿cuánto valor creemos tener? Por mi carrera me tocó ver con estupor muchas mujeres víctimas de violencia intrafamiliar. Mujeres que luego de relatar los combos y patadas que gratuitamente les propinaban sus maridos; encontraban justificación a cada uno de ellos, en que la comida no estaba a tiempo, en que no todos los días quería tener sexo, en que los hijos se sacaban malas notas, incluso simplemente porque ellas les habían hablado fuerte. Con tristeza vi audiencias en tribunales, en que ellas lloraban que dejaran libres a sus agresores pues “eran el único sustento de la casa”. Ahí comprendí el significado del “amor a sí misma”.
Naturalmente, la idea de esta columna es que estando en marzo, mes en que se celebra el Día Internacional de la Mujer, quería hablar sobre ella. Ella capaz de dar vida, alimentar, trabajar, estudiar, todo a la vez. Ella que puede ser madre y padre para sus hijos. Ella que lucha incansablemente por lograr la igualdad de sexos en los sueldos y puestos de trabajo. Ella que elige seguir sus sueños y vive su vida al máximo. Ella que es hija, madre, hermana, abuela.
A todas ellas quiero decirles que hace muchos años atrás 146 mujeres murieron luchando por sus derechos, que hace 27 años una gran mujer parió con dolor para que hoy usted esté leyendo esta columna y que hace 2 años partió al cielo con la esperanza de que quien le escribe sea algún día también una mujer excepcional. Yo mujer, les deseo un muy feliz día a todas las mujeres que leen esta columna, a mis hermanas y a mi pequeña hija (que a sus dos años ya es toda una mujercita). Ámense como son y por lo que son, por el simple hecho de ser mujer. Y a ellos, que también la leen, deténganse unos minutos y saluden con cariño a la mujer que tienen al lado. Nunca olviden que también una mujer les dio la vida.
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