Lo que faltaba

Dicen que Armando Rubio se topaba con Jorge Teillier en el Paseo Ahumada. En más de una ocasión hablaron largo y tendido sobre poesía. Personalmente, no tengo duda alguna que Armando aprovechara estas ocasiones para recitar sus versos al poeta de Lautaro, que tras la muerte prematura del más joven, escribiera: Armando Rubio Huidobro (1955-1980), un poema dedicado a Raquel y Alberto, los padres de Armando.

Evidentemente eran otros tiempos. En Santiago imperaba la década de los 80, y Armando se abría paso entre la multitud junto a un libro de Saint John-Perse, quizás la misma edición que le encontraron tras su absurda muerte. Pero lo cierto es que Armando caminaba con un abrigo negro y peinado revoloteado, en un tiempo donde andar vestido de negro y con el cabello revuelto podía significar una noche en la comisaría.

Sus amigos y conocidos acostumbraban a verlo en el centro de Santiago o en los paraderos. La mayoría de las veces se le veía junto a su cuaderno de poesía, el mismo que hoy se publica bajo una cuidada edición a cargo de su hijo, el poeta Rafael Rubio, y de Ediciones UV. El libro incluye su obra póstuma más conocida: Ciudadano, un poemario editado por ediciones Minga, y otros 50 poemas más, algunos inéditos y otros ya conocidos.

La publicación de Poesía Completa es una deuda que anhelaba ser saldada. Armando Rubio Huidobro es uno de nuestros poetas más emblemáticos por integrar la esperanza de una generación culturalmente silenciada. Él, junto a su amigo, el poeta Rodrigo Lira, son dos altas cumbres de la poesía nacional de la década de los 80, y que perecieron jóvenes y sin ser testigos de las bondades de la poesía, si es que existen tales bondades.

Completamente falto de reconocimiento y exento de los grandes discursos y de las parafernalias oficiales, Armando Rubio es nuestro Rimbaud que transitaba sobre el asfalto mojado y entre el hedor de los gases lacrimógenos. El trabajo de Ediciones UV se suma al esfuerzo de no olvidar al joven poeta y periodista que aceptaba el vino amigo a toda hora, y que logró intuir su fin a través de la poesía. «No sé para qué vivo y por qué muero,/ si ha tiempo me dijeron las gitanas/ que tendré vida cara con un final de perros:/ o sea que no pienso morir como Dios manda”.

El 7 de diciembre de 1980 El Mercurio dedicó un pequeño espacio de su universo para comunicar la muerte de Armando Rubio. El joven poeta falleció tras precipitarse desde el sexto piso de un edificio en calle Coronel Bueras. La investigación judicial, de la que tuvo mucho que ver su padre el juez y poeta Alberto Rubio, no pudo determinar si fue suicidio, homicidio o accidente. Una muerte absurda de la que nadie se responsabilizó. Pero al menos, a 34 años de su deceso, nos responsabilizamos de su memoria.

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