Opinión: La Deuda

A veces hay que estropear un poquito el cuadro
para poder terminarlo…

Eugène Delacroix

Cuando se habla de escena musical nadie sabe muy bien de qué se habla; sólo se sabe o percibe como un momento en que confluyen una que otra agrupación – casi siempre ligada al rock – que despiertan un inusitado interés del público y de la prensa local. El caso es, que durante 20 años a contar de la vuelta a la Democracia; Iquique se ha vestido con ropajes pasajeros de escenas dominantes en lo musical, o incluso en lo artístico general.

La Don Ramón, Salomónico Trío, HentrenamientoH, Epitaphios, SordoBaladro, Jhama Negra y algunos más, han insistido brutalmente en romper el paradigma asfixiante en que se sumergen los que se atreven a salir de la Tierra del dragón.

Chris Thompson (La don Ramón) dejó entrever en sus breves palabras en una entrevista de Sonidos de Tarapacá, la deuda que sostiene nuestra tierra con el Rock; el rock puro y duro que aún no ha podido levantarse en grande y sacarse el estigma de tierra de bandas tropicales – exitosas a rabiar – pero que se mira el ombligo insistentemente en cuanto a rock se refiere; somos expertos en prender cirios a rockstars de pub; nos encanta acribillar con balas vacías de empatía y compañerismo a los liceanos que se paran a mostrar lo suyo e incluso nos gana la básica emoción de creernos jueces – o fiscales – del rock regional haciendo una pobre proyección de las carencias de atención que tenemos desde niños.

Thompson es autocrítico y no auto flagelante como muchos que incluso mueren al son de la demanda eterna de espacios para mostrar lo que se está haciendo. Espeta en sus palabras la necesidad de escapar del fantasma inicial de la autogestión como bandera de lucha y consigna ideológica y comenzar a jugar el juego con las armas del enemigo que tanto se percibe.

Habrá entonces que seguir ganando espacios con proyectos y propuestas, seguir seduciendo a dueños de locales para que presten el escenario, así como armar presentaciones de calidad que busquen reivindicar a ese solitario dueño de algún local, creyente y rebelde, que pasa sus tablas para mostrar a la banda emergente de turno, como si la venida de U2 fuese a ocurrir esa noche.

Hoy, con salas de ensayo, instrumentos que se tranzan a precio costo por las redes sociales; las mismas que permiten auto publicitarse; estudios de grabación y sellos autofinanciados alejados de la triste y pobre industria discográfica de antaño, espacios que se abren cada vez más seguidos a quienes quieren mostrar sus letras y acordes propios; y una pujante y constante avalancha creativa de bandas regionales, han comenzando a marcar por primera vez una escena clara, sin artificios, aditivos ni colorantes. Por primera vez comenzamos a vernos más profesional, preocupados y cándidos ante un futuro que espera ansioso, uno que se escapó mil veces antes; un Futuro Esplendor.

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